Los antiguos Romanos le tenían por mensajero de alegría,
poniéndolo en las cartas o tablillas para comunicar un fausto acontecimiento. Y
como símbolo de paz después de la victoria, los soldados adornaban las lanzas y
las naves en su regreso con ramas de laurel. El general encargado de participar
al senado la noticia de una victoria, llevaba la carta atada con una ramita de
laurel (litterae laureata), y en su mano portaba una rama que se
depositaba en brazos de Júpiter, y a los pies de este dios, los emperadores
depositaban su corona. Si la batalla era naval, la ofrenda se hacía a Neptuno,
que se coronaba con laurel.
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Hojas y frutos del Laurel (Foto:CBOJ) |
De todos los árboles que se plantaban por mano y se ponían en las casas, el único que no era herido por el rayo era el laurel. Cuentan que el emperador Tiberio, cuando oía tronar el cielo, se coronaba de laurel por el temor a los rayos. Esta leyenda se propagó en la península al ser introducido el laurel con la dominación romana, llegando hasta tiempos de Herrera y Moreto que escribe “Huyendo la hermosa Dafne, burla de Apolo la fe, sin duda la sigue un rayo, pues la defiende un laurel.”
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Lámina de Laurel (CBOJ) |