18 de octubre de 2022

Laurel

Hoy el laurel está confinado a poco más que dar sabor a estofados y otros guisos, por eso queremos recordar la historia de este noble árbol que fue símbolo de paz, nobleza y atributo de Esculapio, dios de la medicina que ceñía una corona o diadema, no como símbolo de triunfo, sino por las cualidades medicinales del laurel. Este dios, hijo de Apolo y Corinis, fue arrancado del vientre de su madre muerta y entregado al centauro Quirón, que le instruyó en el arte de curar. Esculapio cultivó la ciencia médica con la mayor gloria, de hecho, su nombre, según autores, deriva de las voces egipcias haskel- ab, padre de la ciencia o la sabiduría. Sus descendientes formaron un linaje que fue denominado “los Asclepiades”, dedicándose exclusivamente al culto a este dios y a la práctica de curar. El propio Pitágoras se vanagloriaba de ser la decimosexta generación de esta familia.

Debido a su perenne verdor y al olor aromático que exhala, fue y es considerado uno de los árboles privilegiados que a través de los siglos ha conservado su renombre.  Sus hojas sirvieron para coronar a héroes y poetas, en la antigua Roma era tal el respeto al laurel y al olivo, que no se permitía que fueran manchados con usos profanos, ni siquiera para aplacar la ira de los dioses. Fue admirado por Hesíodo y Virgilio, que cuentan que los Laurentinos, antiguo pueblo de Italia que habitaba en Laurentia, la ciudad de los laureles, eran súbditos del rey Latino, que según Hesíodo era hijo de Ulises y según Virgilio de Fauno. Este pueblo tomó su nombre de un laurel conservado en el palacio real con respeto religioso, en donde Latino mandó construir un palacio que consagró a Apolo.

Si el santuario de Apolo estaba rodeado de laureles, las coronas de los césares eran de laureles muy particulares, se tomaban de un bosque cercano a Roma muy venerado, la “selva vegetana”, donde cada emperador tenía su propio árbol del que elaboraban las coronas, y se dice que cuando uno de estos árboles se secaba, vaticinaba la muerte de su emperador. Según San Pierio, cuando falleció Nerón toda esa masa vegetal se secó.

Y si Virgilio hizo honor al laurel, el laurel hizo honor a Virgilio, pues según la leyenda, en su mausoleo nacieron dos laureles que formaban una corona con sus ramas, como si la misma naturaleza quisiera celebrar la gloria de tan gran poeta. No por gloria, según cuentan, Julio César, pidió permiso al senado para ceñir una corona de laurel con el fin de ocultar su calvicie. A Pompeyo se le permitió llevarla en los juegos de circo y teatro.

Tras varias aclaraciones sobre las diferentes especies de laurel, Plinio cuenta que adornaba las coronas de los Césares y Pontífices, y coronó a los vencedores y a los que triunfaban en Roma, por eso fue llamado triunfal. El lauro regio, llamado también lauro Augusto, se decía que fue enviado del cielo. Un águila dejó caer en el regazo de Livia Drusila (después llamada Augusta por su matrimonio) una gallina blanca que no había recibido daño alguno y que portaba en su pico una rama de laurel en fruto. Los agoreros mandaron que se conservasen la gallina y sus crías y se plantara el ramo, que se reprodujo admirablemente hasta formar una selva.

El emperador Augusto fue el primero en ceñirse una corona de laurel como símbolo de victoria, que celebraban con grandes pompos, pero si la victoria era por rendición o entrega del enemigo, el vencedor no podía ceñirse la corona de laurel, sino de mirto, y recibían del pueblo y el senado el “ovatio” o triunfo menor que se concedía en Roma a los que ganaban victorias no relevantes.