Familia: Clavicipitáceas o Pirenomicetáceas, según autores (Tronco: eutalófitos, División: eumicetes, Clase: ascomicetes)
Nombre científico: Claviceps purpurea Tul.
Nombre vulgar: Cornezuelo de centeno
Etimología: Del latín “clavus” clavo, por la forma el esclerocio
Descripción: Hongo con esclerocio de 1-2 cm, purpúreo oscuro, en forma de cuerno, blanquecino por dentro, parásito del centeno y otras gramíneas. Cuando cae en la tierra permanece todo el invierno en vida latente, en primavera germina, le salen unas cabezuelas (estromas) pediceladas de color rojizo en las que se encuentran las ascas, con ocho esporas cada una. Las esporas, llevadas por el viento, infectan el ovario de la flor del centeno, se forma un micelio que le envuelve y posteriormente penetra en él, al crecer sustituye al grano desarrollándose el esclerocio (Sclerotium clavus).
Seis siglos antes de Cristo los asirios conocían este hongo en forma de espolón de gallo, y en los libros sagrados de los antiguos Parsis (Persas) seguidores de Zoroastro, le señalaban como algo maligno capaz de provocar un aborto y causar la muerte. Teofrasto y posteriormente Plinio escribieron sobre el grano negro que produce lujuria.
Durante siglos persiguió al ser humano una extraña epidemia no contagiosa denominada fuego sagrado, fuego devorador, mal de los ardientes o fuego de san Antón, en alusión a San Antonio el Grande. Este santo, asceta y uno de los instituidores de la vida monástica, nació en el alto Egipto en el año 251, hijo de una rica familia cristiana, de joven repartió sus bienes entre las gentes más humildes, retirándose al desierto donde fundó varios monasterios. Murió a la edad de ciento cinco años, y cuentan que tuvo visiones fantásticas y espantosas, que algunos asociaron a la posibilidad de estar afectado por el ergotismo. Enterrado en secreto, sus restos, supuestamente encontrados dos siglos después, se trasladaron a Alejandría, posteriormente a Constantinopla, y por último los cruzados los llevaron a Dauphiné en el siglo XI, donde se manifestó la primera plaga de ignis sacer. Y es allí donde un ciudadano de bien, llamado Gaston, funda en el año 1070 la congregación de los Canónigos Regulares de San Antonio, con el fin de curar a los enfermos afectados por el “fuego de San Antón”; según parece él y su hijo habían padecido esta peste que les fue curada en sus ruegos a este santo protector contra el fuego, la epilepsia y las infecciones. A partir de ahí se empiezan a crear los Hospitales e Iglesias de San Antonio dedicados a sanar a los infectados, donde los Antonianos se dedicaban exclusivamente a cuidar a estos enfermos, administrándoles alimentos en buen estado, que hacía mejorar a los enfermos.
Según las crónicas, en el hospital del convento de San Antón en Castrogeriz (Burgos) se curaba a los enfermos dándoles pan de trigo candeal. También se cuenta que los peregrinos a la tumba de Santiago poseídos por el mal se curaban durante la peregrinación en esos hospitales, cosa que no es de extrañar en cuanto que el pan suyo del camino no contenía cornezuelo. La rara peste se denominó también gangrena seca, venganza divina, pestis igniaria, etc.
En la edad media se producen terribles epidemias consideradas como castigo divino, cobrándose miles de vidas. Muchos siglos se tardó en descubrir la conexión entre la presencia del cornezuelo en el centeno y la causa de este mal “enviado del infierno” que causaba los mayores estragos entre las gentes de la más humilde condición, a los que se les vendía la harina con centeno infectado de cornezuelo. Fueron muchas miles las personas que murieron en toda Europa víctimas de la ignorancia propia de aquellos tiempos.