En los albores de la historia celta, los bardos, poetas encargados de cantar a los dioses y los héroes, ceñían sobre su cabeza una corona de abedul considerando este árbol símbolo de las fuerzas creadoras de la naturaleza.En la antigua Germania el consejo de ancianos se reunía en los bosques de abedul.
Plinio en el siglo I, admiraba este gran árbol por la blancura de su corteza, lamentándose del uso que hacían de sus varas los “magistrados” para castigar a sus pupilos, lo que le valió el nombre de “árbol de la sabiduría”. Además, la corteza interior se usó a modo de papel para escribir, el liber o libri, la palabra pasó a significar libro.
Los romanos usaban sus ramas para impartir disciplina, las agrupaban en “fasces” con un hacha en el centro como símbolo del poder depurativo de la ley. De ahí viene la palabra fascismo, con el hacha de Mussolini. Las viejas leyendas del medievo cuentan que colgaban en las casas ramas de abedul en la creencia de que ahuyentaban brujas y espíritus infernales y por esa razón elaboraban con su madera las cunas de los niños.
Y las escobas de sus ramas, con palo de fresno barrían también los demonios y malos espíritus. Sirvió tambien en hechizos de amor, protección y purificación. Para los habitantes de Siberia eran la puerta que daba acceso a un espíritu benéfico de la tierra.
En la mitología nórdica el abedul es tan venerado como lo es la encina entre los latinos. Fue consagrado al dios Thor, representando el retorno de la primavera, y ocupa el primer puesto en el antiguo alfabeto gaélico (B- baite o beth). Es el símbolo del dios de la vida y de la muerte, corona de bardos, templo de druídas y signo del zodiaco celta (del 24 de diciembre al 20 de enero).
Es tanto el respeto que tenían a su abedul, morada de elfos y otros seres fantásticos, que en Laponia los leñadores avisaban con antelación al árbol que iba a ser talado para dar tiempo al espíritu habitante para trasladarse. Algunos de estos árboles eran tan sagrados que no podían ser cortados. Estos aguerridos nórdicos creían que la última contienda se desarrollaría alrededor de un abedul.
Si el fuego o el hacha dejasen crecer este bello árbol, su porte podría llegar a ser tan grande como el que alcanzó el del palacio de Augustbourg de tan copiosa copa, que debajo de sus ramas se disponían mesas para 375 comensales. Este árbol de la sabiduría y la justicia, el palo nefrítico de Joseph Quer, es para nosotros el árbol de la luz.