En la mitología la caña cantó las desventuras del rey Midas
cuando le crecieron grandes orejas de
asno por su desafortunada elección en un duelo musical entre Pan y Apolo.
Cuando su barbero las descubrió enterró en la tierra el secreto del rey, pero
salió a la luz convertido en un cañaveral que cantaba con cada leve soplo de
brisa “El rey Midas tiene orejas de asno”.
Y Pan, el dios campestre de los pastores y la naturaleza,
representado con cuernos en la cabeza y cuerpo de macho cabrío de cintura para
abajo, simbolizaba el mundo, la tierra y las plantas. Y si desventurado fue el
rey Midas, también lo fue Pan que se enamoró de Sirinx o Siringa, ninfa de
Arcadia e hija del río Ladón, que acompañaba a Diana en la caza. Bajando del monte
Liceo cautivó a Pan, que poco delicado, laceraba los castos oídos de la ninfa
con lúbricos discursos amorosos. La persiguió hasta que se detuvo entre los
espesos cañares a orillas del río. Cuando el enamorado e impúdico Dios iba a
abrazar a la desesperada ninfa, su padre, el río, la transformó en cañaveral.
Pan, burlado, solo pudo abrazar un puñado de cañas que agitadas por el viento
repetían sus lamentos. Al instante el dios despechado concibió la idea de
formar con aquellas cañas una flauta que suspirase bajo sus labios y repitiese
los acentos que su desgraciado amor le hacían exhalar. Así construyó la primera
flauta de siete tubos a la que dio el nombre de la ninfa.